miércoles, 17 de mayo de 2017

Madre III

De rizos azules se componía
su cabello, ojos verdes cristalizados,
un ángel descendió del cielo,
alzo su mano derecha y
el tiempo paró, su mano
izquierda me tendió y mientras
me elevaba mencionaba.
—Querida pues una guerra
da comienzo y tu estarás
en medio, tú serás el sacrificio,
eres la madre de su muerte,
serás su guía entre este mundo y
el que no puede ser visto.

Mis ojos no dejaron de
humedecerse mi latir no
dejo de acelerarse y cuando
menos me lo espere el
tiempo prosiguió, sin vislumbrar
mi muerte una flecha atravesó
mi corazón.

No sentí ni el más mínimo
dolor pues el batir de unas alas
me despertaron del que iba a ser
un sueño sin retorno.

De nuevo en pie, mis secos
ojos veían los que proclamaban
ser hijos míos, ahora sin ojos
rojos ni túnicas negras, tan solo
hombres sin vida ni armadura
que esta pudiera proteger.

Una luz atravesó el gris cielo
un tintineo recuerdo que me
llamaba, una suave voz, como
la de un susurro aun más susurrado
me guiaba hacia el pie de la montaña
que allí en el frío valle descansaba.

Como de acero y cobre una puerta
se apareció en la oscura y dura roca
y ante los hombres que me seguían
se abrió, en un pequeño arco entre
el lado derecho y el izquierdo una
inscripción en lengua muerta rezó
«Sólo los que se lo merezcan estas
puertas podrá pasar, solo el de puro
corazón su muerta vida dejará atrás,
una nueva podrá comenzar».

FIN.

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