Micro-poemas micro-relatos

Caricias me entregabas a lo largo de mi cuerpo, como ácido yo las recibía. Susurros enviabas a través de las paredes, como el polvo se acumulaban en mis huesos. Miradas que atravesaban el cristal, rotos como una copa de vino mis ojos acabaron siendo. Una parte más del recuerdo vivido, y que aun me sigue atormentando. Palabras que se tatuaron al rojo vivo, y sin embargo, ambos firmamos al pie de la página mi sangre como tinta y como pluma tu dedo…




Y la luna descendió enamorada de un humano, convirtiéndose en su esclavo para toda la eternidad... pasaron los años y el humano ahora inmortal se enamoró de una plebeya, de esta bebió su sangre y ahora ambos vagan eternamente por el valle entre la vida y la muerte…




Tres lobos cruzaban el bosque a luz de la luna llena, una humana al borde de un acantilado a punto de saltar. Uno de los lobos se lanzó para salvarla, los otros dos arrastraron su cuerpo para evitar su caída. El sacrificio del lobo fue la maldición que llevaría la humana a sus espaldas para toda la eternidad, un amor no se sacrifica por nada en esta vida...




De la noche salió una sombra, la cual engullía sin piedad todo ser viviente. Un día una muchacha se acercó al bosque donde la sombra al cabo de mucho tiempo se quedó con hambre, al ver a la chica, se quedó prendado de su tierna mirada y el que en un principio era una sombra, ahora un hombre se arrodillaba ante ella pidiendo su mano...




Una bruma nacía del suelo, el frío invierno se apoderaba del pueblo, una muchacha de ojos negros salía hacia el bosque, con una cesta de mimbre colgada de su brazo y en ella un cuchillo ocultaba, esperando pacientemente escondida entre arbustos, la sombra de un hombre rudo apareció, de él una luz salía de su pecho, la muchacha se abalanzó sobre él y con el cuchillo cortó sus blancas alas las cuales ya jamás recuperó…



Y de las nubes cayeron lágrimas heladas como el hielo, como alfileres atravesaban mi cuerpo, mi corazón dio su último latido por diez minutos de mortalidad, en un mundo donde todo es vida y nada muere...



Rizos, entre tus rizos se enredaba mis dedos, la brisa acompañaban nuestras sonrisas, la luz iluminaba tu verde mirada...Odio los días en los que el sol se esconde tras las nubes, pues no puedo ver tu alma reflejada en la mía…

Qué hay en tu mirada en la cual me pierdo cada mañana. Qué hay en tu sonrisa de la cual me enamoro cada día. Qué tiene tu alma que ha conseguido que me olvide de la mía…




Mis temblorosas manos alzan la pluma manchada en tinta, el sonar de un piano en las lejanías de las dependencias marcan el ritmo de la escritura, que con la tinta, la sangre y mis lágrimas marcan el comienzo de mi eterna y esperada agonía. En blanco se quedan mis ojos, marchita la mirada y mi pulso se apaga en la última palabra de un último verso el cual queda callado el grito en mi último silencio…



En la tranquilidad de una fría noche a orillas de la marea brava, entre tormentas y huracanes habita el sonido de un pianista olvidado en el silencio de la brisa y en el canto de la gaviota, alzando las manos tocando las teclas con esmero y encanto, tan solo esperando a que llegue el momento de tocar la última nota y su último compás al mismo ritmo que los pasos de su bella huida de esta vida en solitario...



Trás el amanecer tenue que se reflejaba en sus ojos y ver como la luna se alzaba iluminando su bella mirada, era el momento de precipitarse, de saltar del acantilado, de notar el viento seca mis lágrimas y arranca mis miedos, notar el agua fría como el hielo, de sentir esos latidos que ensordecen mi silencio y calla el ruido que generó mis huesos al romperse, mis ojos enrojecidos miran una última vez, mi labios morados intenta mencionar esa última palabra y mi recuerdo se desvanece junto con la espuma de mar...



Entre días que amenazan con marchar, entre las tormentas que se instalaron en mi memoria, entre el viento, la marea el faro y la tinta que se cuela por las rendijas de mi cordura; entre arenas de desiertos y tempestades, entre la vigilia y la pesadilla que aparece cuando cierro los ojos, entre las palabras breves y concisas, entre los huecos de los libros y la poesía en prosa; entre el polvo acumulado y las huellas que mis manos dejaron, entre la luz y la sombra que esta crea al rozar con la madera... allí, allí es donde me encuentro ahora...

No dulce sin espacios que ocultan 
mentiras, ni entristecen la salinidad 
de las lágrimas al suavizar la boca 
por la que salen, sin ver en la dirección 
cuales cogen, la lluvia entorpece la visión
borrosa nacida entre la maleza de espino
y la caricia de una rosa. 







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